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Jubilación y pérdidas Torna agli editoriali

de Horacio Scaglia y Aída Mammana

Antes se definía la vida social por medio de etapas entorno al trabajo, la primera era la preparación para el trabajo o la educación, la segunda era la del trabajo o rendimiento de la educación y a través de ella el individuo derivaba la parte más importante de su status económico y social. La tercera etapa era la del cese en el trabajo o jubilación y en ella el ex trabajador esperaba el fin de su vida, disfrutando del merecido descanso.

En la actualidad estas tres etapas no tienen una definición tan clara y el status social derivado de las mismas no se evidencia como en el pasado. Hoy la educación es mas prolongada y por ende se produce un retraso en el ingreso al trabajo alterando las fuentes tradicionales del status social. La vejez normal del pasado cada vez es más anormal en el presente, en sus hábitos, ocupaciones y estilos de vida pues los viejos son cada vez más heterogéneos, por lo que el rol futuro del anciano será más dinámico.

Actualmente el estilo de vida es responsable de mas agresiones al organismo que la combinación de todas las enfermedades infecciosas del pasado y esto constituye el gran fracaso de la medicina, que es incapaz de enfrentarse a un medio patógeno diseñado por el mayor enemigo de la salud: el hombre mismo y su manera de organizar el trabajo en la nueva sociedad.

La pérdida de roles, la falta de lugar, tienen una connotación importante en nuestra cultura, porque se relaciona con la sensación de ya no servir más. Dentro de una cultura productivista, esa marginación se extiende a todas las manifestaciones sociales y nos encontramos con una ideología social que en vez de integrar al sector y ayudarlo a resolver sus conflictos, se los estimula y se los crea. El viejo pierde su identidad, su libertad y disminuye su nivel de autoestima a raíz de dejar de ser productivo para este sistema.
El carácter de inútil que nuestra cultura otorga con ligereza al viejo, las secuelas de soledad, de tristeza y abandono que en nuestro país trae aparejada la vejez, han contribuido entre otros factores a crear en torno de la llamada tercera edad una problemática cuyas implicancias económicas, sociales, políticas y culturales ya no pueden soslayarse.

En Argentina ser viejo es una de las tantas maneras de "ya no ser". La jubilación compulsiva no hace mas que segregar a toda una generación de la posibilidad de seguir realizándose, en el marco de un proyecto vital y participativo como lo es el del trabajo; que es lo único que dignifica a la persona.
Los que se jubilan ingresan a un grupo desvalorizado por el sistema. El carácter brusco que asume el pasaje de un estado productivo a un estado de ocio improductivo genera una reacción de sucesivas rupturas. La primera ruptura es la del jubilado con su grupo de pertenencia.

Este vacío, es decir esta ausencia del grupo que le daba el sentido lleva a una pérdida de identidad y disminución de su autoestima, adoptando conductas tales como la marginación, introspección, aferrarse al pasado y aparición de sentimientos de inferioridad.
Una persona a la que se le adjudicaba un rol protagónico y capacidad de decisión se transforma en un ser cuasi vegetativo, al que se le recorta abruptamente su espacio de participación y e lo reduce a una condición de mero objeto.
En nuestro país la proporción de población mayor de 60 años, con respecto a la masa de población económicamente activa es cada vez mayor.

El de los adultos mayores es un sector agraviado por la discriminación y condenado a la pobreza, a pesar de haber dedicación su vida laboral a la comunidad.
La situación de los ancianos es de dependencia: dependen económicamente de una jubilación que apenas les permite atender necesidades vitales, dependen de sus hijos porque como consecuencia de la disminución de sus ingresos, deben ser atendidos por ellos.

La persona que se jubila es el paradigma de la pérdida:

  • Pierde capacidad adquisitiva: solo el 10% de la masa de jubilados y pensionados está incluida dentro de las denominadas jubilaciones de privilegio, el porcentaje restante está condenado a la pobreza.
  • La tercera edad se transforma en una carga social para los sectores productivos.
  • Pierde sus grupos de pertenencia y queda sin referentes para su identidad.
  • Pierde reconocimiento social, por cuanto pasa a formar parte de un grupo desvalorizado por la sociedad, lo cual influye en la aparición de desajustes de la personalidad y en la propensión a marginarse.

En una sociedad centrada en el trabajo, la jubilación legitima el derecho a no trabajar. Aún sin apremios económicos, los adultos mayores rechazan el mandato jubilatorio como fin de su etapa productiva, porque tienen su identidad centrada en el trabajo como un eje fundamental.

El lugar que se le asigna a la población anciana en la sociedad argentina, es una expresión más de cómo se trata a la historia, y su patrimonio a través del olvido y la destrucción.
El concepto de vejez se resignificará cuando la persona mayor se reinserte activa y reconocidamente como productor de cultura, bienes y decisiones.

Por los prejuicios y mitos que acompañan a la jubilación, ésta no es un premio sino un "diploma de viejo" a alguien de quien ya no se espera nada.

Hoy en la Argentina, jubilarse del trabajo equivale a jubilarse de la vida.

Bibliografía:

  • Katz, Ignacio Fabio, "La tercera edad", ed. Planeta.
  • Moragas, Ricardo, "Gerontología Social", ed. Albor, Barcelona, 1998.
  • Petra Nieves Rodríguez Tejada, "Psicología de la Tercera Edad".
  • Passanante, María Inés, "Políticas Sociales para la Tercera Edad", ed. Humanitas, Buenos Aires.
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